Las comunidades prósperas dependen del desarrollo exitoso de la gente que vive en ellas y construir los cimientos del desarrollo exitoso en la infancia requiere de relaciones receptivas entre niños y adultos y de entornos de apoyo.
Poco después del nacimiento, las típicas interacciones de “servir y devolver” que ocurren entre los niños pequeños y los adultos que los cuidan afectan la formación de las conexiones neurales y el circuito del cerebro en desarrollo. En los siguientes meses, en la medida en que los bebés buscan una mayor participación mediante balbuceos, lloriqueos y expresiones faciales – y los adultos “devuelven el servicio” respondiendo con vocalización y expresividad similares – estos intercambios recíprocos y dinámicos literalmente moldean la arquitectura del cerebro en desarrollo. En contraste, si las respuestas de los adultos no son confiables, o son inapropiadas o simplemente no se producen, los circuitos del cerebro en desarrollo pueden verse perturbados y se perjudican el aprendizaje, el comportamiento y la salud subsecuentes.
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Puesto que las relaciones receptivas son tanto esenciales cuanto esperadas por parte de los niños, su ausencia constituye una amenaza seria para su desarrollo y bienestar.
Al detectar una amenaza, los sistemas biológicos de respuesta al estrés se activan y una activación excesiva de esos sistemas puede tener un efecto tóxico en los circuitos del cerebro en desarrollo. Cuando persiste la ausencia de respuestas apropiadas, los efectos adversos del estrés tóxico pueden agravar la pérdida de oportunidades para el desarrollo asociadas con la interacción limitada o poco efectiva. Este impacto multifacético sobre el cerebro en desarrollo pone de manifiesto por qué la negligencia es tan dañina durante los primeros años de vida y por qué las intervenciones tempranas eficaces producen retornos altos, de largo plazo, en rendimiento escolar, salud de por vida y crianza exitosa de la próxima generación. -
La negligencia crónica está asociada con una gama más amplia de daños que el abuso activo, pero se le presta menos atención en las políticas y en la práctica.
La ciencia nos dice que los niños de corta edad que experimentan respuestas escasas y sensibilidad limitada por parte de sus cuidadores, pueden sufrir una gama de consecuencias físicas y de salud mental adversas que perjudican su desarrollo más de lo que lo hace el abuso físico. Estas consecuencias pueden incluir retrasos cognitivos y en el crecimiento físico, deficiencias en las habilidades de la función ejecutiva y de autorregulación, y perturbaciones en la respuesta del cuerpo al estrés.
Con más de medio millón de casos documentados de negligencia solo en Estados Unidos en 2010, resulta que la negligencia representa el 78% de todos los casos de maltrato infantil a escala nacional, y es mucho más frecuente que el abuso físico (17%), sexual (9%) y psicológico (8%) combinados. Pese a estos convincentes hallazgos, la negligencia hacia los niños recibe mucha menos atención pública que el abuso físico o la explotación sexual y a ella se destina una baja proporción de los
servicios de salud mental. -
Estudios realizados sobre los niños en una variedad de entornos muestran de manera concluyente que la privación o la negligencia severas:
- perturba las maneras en las cuales el cerebro de los niños se desarrolla y procesa la información, aumentando por ende el riesgo de desórdenes de atención, emocionales, cognitivos y de comportamiento.
- altera el desarrollo de los sistemas biológicos de respuesta al estrés, conduciendo a un mayor riesgo de experimentar posteriormente ansiedad, depresión, problemas cardiovasculares y otros daños crónicos en la salud.
- está asociada a un riesgo considerable de experimentar dificultades emocionales e interpersonales, incluyendo altos niveles de negatividad, control precario de los impulsos y desórdenes en la personalidad, así como bajos niveles de entusiasmo, confianza y autoafirmación.
- está asociada a un riesgo significativo de experimentar dificultades de aprendizaje y bajo rendimiento escolar, incluyendo déficits en la función ejecutiva y en la regulación de la atención, bajo coeficiente intelectual, habilidades pobres de lectura y una probabilidad baja de graduación de la secundaria.
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Las consecuencias negativas de la privación y la negligencia pueden revertirse o isminuir mediante intervenciones apropiadas y oportunas.
Las consecuencias negativas de la privación y la negligencia pueden revertirse o disminuir mediante intervenciones apropiadas y oportunas, pero limitarse a retirar a un niño pequeño de un entorno que no le da respuestas suficientemente apropiadas no garantiza resultados positivos. Los niños que experimentan privación severa suelen necesitar intervención terapéutica y cuidados de gran apoyo para mitigar los efectos adversos y facilitar la recuperación.
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Implicaciones de Política y Para los Programas
La ciencia nos dice que periodos recurrentes y prolongados de ausencia de respuestas apropiadas por parte de los cuidadores principales pueden producir estrés tóxico, lo que perturba la arquitectura cerebral y los sistemas de respuesta al estrés y, a su vez, puede conducir a problemas de largo plazo sobre el aprendizaje, la conducta y la salud física y mental. Estos avances científicos deberían orientar una revisión fundamental de nuestros enfoques de identificación, prevención, reducción y mitigación de la negligencia y sus consecuencias, particularmente durante los primeros años de vida.
- Abordar las distintas necesidades de los niños que experimentan negligencia significativa. Las circunstancias inmediatas y las perspectivas de largo plazo de los niños desatendidos podrían ser considerablemente mejoradas: (1) difundiendo los nuevos hallazgos científicos hacia los profesionales del bienestar infantil con un enfoque práctico en las implicaciones de esta evidencia; (2) fomentando la colaboración entre los investigadores del desarrollo infantil y los proveedores de servicios para desarrollar estrategias más efectivas de prevención e intervención; (3) coordinando acciones entre los sectores de política pública y los servicios para identificar a los niños y las familias vulnerables lo más pronto posible; y, (4) creando contextos para la cooperación entre los decisores de política, los jueces de cortes de familia y los profesionales pertinentes a fin de mejorar el acceso a servicios comunitarios no estigmatizantes.
- Invertir en programas de prevención que intervengan lo más temprano posible. Mientras más tempranamente se atienda de manera apropiada a los niños que experimentan negligencia, más probabilidades hay de que logren resultados positivos de largo plazo y contribuyan productivamente a sus comunidades. El personal clave de los sectores de atención primaria de salud, bienestar infantil, salud mental y sistemas legales puede trabajar de forma coordinada para asegurar la identificación más pronta posible de las familias que requieren ayuda preventiva y de los niños que necesitan intervención terapéutica. Puesto que la negligencia hacia los niños a menudo ocurre simultáneamente con otros problemas familiares (particularmente desórdenes mentales y adicciones de los padres), los servicios especializados que abordan una variedad de necesidades médicas, económicas y sociales de los adultos ofrecen importantes oportunidades para identificar y abordar circunstancias de negligencia entre los niños pequeños. Las políticas y programas que ofrecen intervenciones preventivas en situaciones de riesgo alto, antes del inicio de la negligencia, se proponen un objetivo particularmente convincente.
Para mayor información véanse “The Science of Neglect: The Persistent Absence or Responsive Care Disrupts the Developing Brain” y la serie de Documentos de Trabajo del Center on the Developing Child de la Universidad de Harvard.
www.developingchild.harvard.edu/resources/